No se trata de no sentir miedo…

El miedo es parte de nuestra memoria genética, una respuesta emocional  a una situación de desbalance, de peligro, de desequilbrio, de trauma. Con una base anatómica y fisiológica como toda emoción. Nuestro Sistema hormonal secretará hormonas de estrés y nuesto Sistema nervioso motor se pondrá intensamente en marcha para poder llevarlas a cabo. Y mantendrá esa activación extra hasta bien pasada la situación peligrosa.

En realidad, el miedo es un mecanismo natural, adaptativo y de supervivencia.

En una situación de peligro real nos lleva a adoptar dos de las posiciones para reaccionar: pelea (ataque) o huída. Depende de a qué nos estemos enfrentando será más adecuada una u otra. Por ejemplo, si vamos a cruzar la calle y de repente aparece un coche a toda velocidad, lo más natural y acorde a la supervivencia es alejarse del posible golpe que podría llegar a ser mortal: la huída, pues. Si siendo varios nos encontramos a una banda de maleantes con malas intenciones y nos sentimos acorralados posiblemente reaccionaremos con el ataque para poder demostrar nuestro poderío a los otros para, finalmente, alejarnos lo antes posible del peligro. O directamente nos las ingeniaremos para huir por algún flanco no cubierto por los atacantes.

Por otro lado, cuando el peligro al que nos enfrentamos es algo fantaseado, por los motivos que sean (haber sufrido algún trauma, vejación, violación, aislamiento,…) la activación nerviosa se dará igualmente aunque no exista en el presente un motivo «objetivo» para dispararla. Ya tenemos asentadas las bases de la ansiedad (miedo por algo futuro incierto) y abierto el camino hacia la instalación de la angustia en el cuerpo. Hay que nombrar también que cualquier situación ligeramente estresante que se mantenga mucho en el tiempo puede generar, si no se sabe manejar, altos niveles de ansiedad, que pueden devenir en ataques serios de ansiedad y crisis de angustia, por las altas dosis mantenidas de adrenalina en el torrente sanguíneo sin poder .

Con el miedo, más que negarlo estúpidamente (porque si lo estamos sintiendo lo estamos sintiendo, obvio… en la contrafobia, no se sabe otra cosa que seguir negando) se trata más bien de llegar a permitir que te atraviese sin oponer resistencia, respirándolo, temblándolo incluso y sintiéndolo sin cerrarse ni aferrarse ni exagerarlo. No siempre es posible… Eso exige de una Confianza en la vida y de un coraje inusitados, poco comunes. Porque no tiene nada que ver negar el miedo con atravesarlo, respirarlo, vivirlo sin engrandecerlo, darle espacio y opción de conclusión.

¿O es que la Naturaleza le puede negar el ser y el ocurrir a la Tormenta? Negar el miedo es como querer negar la Tormenta, el relámpago o el trueno… La sagrada Vida, tal como la conocemos, incluye al miedo. También incluye poder llegar a manejarlo excelentemente e incluso, «ganarle la batalla», que deje de gobernar las respuestas reactivas cuando un@ consigue mantenerse en el propio centro pase lo que pase. Es poco común en realidad y es lo deseable.

Teniendo la valentía de atravesar el miedo y en brazos del Amor y la Confianza, cuando se les puede hacer un mínimo de espacio en un contexto securizante, como la terapia o en una familia sana o entre amig@s o colegas saludables, el miedo se deshincha, se difumina, se mece y hasta se desaparece. Muchas veces hacen falta los brazos de otra persona para poder liberarlo…. Los brazos que en algún momento no hubo y que hubieran podido minimizar la herida. Pero si no los hubo o estaban tan atemorizados y paralizados como los de la víctima del trauma, el del ataque de ansiedad o, sencillamente, la persona que ni se sentía vista y, por lo tanto,  muy vulnerable en su desamparo,… en todos esos casos y más será necesario sanar esa herida, desdibujar y aflojar los mecanismos que la encapsularon para no sentir.  Y afortunadamente sana la herida que lo sostenía. Con el largo camino, la atención en ello y la intención de liberarlo, va sanando…

Beatriz D. Lorenzo 16.05.2017 (actualizado en Sept 2018)

 

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