Compartir, cooperar, cocrear y… comparir

«Cuatro ojos ven siempre más que dos» Del refranero español

Hace no mucho, en un correo electrónico a una persona muy querida, escribí en medio de una frase la palabra compartir. Pero la escribí mal. Tecleando me salté la t…  y quedó comparir. Como hago habitualmente, en el más puro estilo de mi Ascendente en Virgo, fui repasando lo escrito para corregir, rehacer o reestructurar frases, borrar, añadir, etc. Y me encontré con la errata. Errata que decidí no corregir. Me gustó la nueva palabra.

Le expliqué a mi amigo lo ocurrido en un párrafo añadido y opté por tomar la nueva creación «no por azar», como algo a rescatar de las correcciones, cosa que él valoró y celebró de inmediato: acabábamos de cocrear y comparir un nuevo término, precisamente, algo pequeño que nombra algo muy grande y esencial.

La nueva palabra tiene su peso específico y nombra algo que tiene que ver con este largo tiempo de cambios profundos y con cómo concibimos la vida much@s, en busca de un sentido más profundo y amplio de ella: compartiendo, cooperando, cocreando y… «compariendo».  Por supuesto que nadie nos quita el trabajo, actitudes o tareas que cada un@ ha de hacer en su diario vivir, los propios e intransferibles. Entre otros muchos, el cuidado de un@ mism@. Obviamente. Sin embargo, cada vez se hace más y más necesario reconocer y abrirse a la perentoria necesidad de hacer y crear cosas/situaciones/realidades conjuntamente, para mantener una calidad de vida y hasta la dignidad en ella.

Ese compartir y cooperar lo han hecho siempre las culturas previas a la industrialización occidental y al capitalismo, así como las culturas ancestrales viviendo en pequeñas comunidades de apoyo mutuo. Cooperando entre todos sus miembros de formas diversas según las latitudes, climatología, cultura y costumbres. No creo que fueran comunidades ideales. Todas tienen sus dificultades y defectos, además de sus virtudes. Pero esto no es el tema ahora… sólo como contrapunto a lo que desarrollo a continuación.

En el capitalismo extremo y la espiral de consumismo no sostenible en que nos sumió a buena parte de la humanidad  -y que ahora sigue arrastrando a millones de seres humanos más en otras zonas del mundo-  se trató de imponer  una forma de hacer y estar, desde el individualismo exacerbado. 

El «mí, me, conmigo» nos sumió en un estado de separación y egoísmo extremo que sólo han sido útiles a las grandes financieras y las multinacionales que se han forrado con «la lavadora, la secadora, la cafetera tal, las varias teles…» en cada hogar, las joyas caras como símbolo de poder y refinamiento, la compra de viviendas por parte de gentes con posibilidades económicas ajustadas, incluso de segundas residencias, los viajes a puntos lejanos del planeta ¡¡hechos con préstamos bancarios!!,… En definitiva,  la venta del tener y consumir «para ser feliz»  impuesta por encima del Ser, forzadamente.  Tratando de manera estúpida, es decir, sin conocimiento, de sustituir el simple y profundo ser por esto tan absurdo de acumular objetos y propiedades.

Es obvio también que hay cosas que necesitamos tener para una vida digna: alimentos para nutrirnos y agua, objetos que faciliten nuestra vida cotidiana, ropa para protegernos de las inclemencias del tiempo, un techo en el que refugiarnos y retirarnos del mundo a descansar y hacer cosas no productivas, acceso a la cultura y una vida social-vincular para sentirnos pertenecientes, una fuente de recursos, vocacional o no (mejor lo primero que lo segundo), o una «caída del cielo» para cubrir todas nuestras necesidades básicas,  y quizá alguna otra que sea importante para sentirnos en armonía (p.ej. la posibilidad de viajar si un@ siente o tiene esa necesidad/deseo por los motivos que sean o si se necesitan medios para la generación de un proyecto que abunda en el sentido de vida).  Pero todo lo demás sobra en realidad.  Más que sumar resta para la satisfacción en la vida y en muchos casos no da más que quebraderos de cabeza.  Y nos aleja de algo casi olvidado en nuestras culturas capitalistas: el valor del bien común. El menos común de los bienes.

El tiempo ha demostrado de forma clara que poder encontrar felicidad, ni tan siquiera satisfacción duradera, a través de obtener más cosas, es una gigantesca mentira capitalista.  Una mentira vendida como verdad repetiéndola hasta la extenuación en cada anuncio de de televisión.  O donde sea que se anuncie lo que sea, especialmente si es algo innecesario.  Una mentira que es un absoluto error para la dignidad en el vivir.  Además de que ha hecho insostenible y peligroso nuestro modus vivendi, para nosotr@s mism@s y para el planeta al que pertenecemos. La ambición de más no se sacia por mucho que añadamos más y más. Es un saco sin fondo. La codicia extrema destroza el alma de quien cae en ella.

En una cultura del exceso, olvidamos que somos seres que, en esta dimesión, experimentamos o vivenciamos la polaridad entre el vacío y la plenitud. Polaridad que no podemos resolver a base de llenar el vacío de objetos, por bellos y sofisticados que sean, ni por el exceso de lo que sea: adicciones varias, comida en exceso y poco nutritiva, deporte excesivo, distracciones mil, etc.  Donde hay vacío existencial se ha de reconocer e integrar ese vacío. No hay otra opción si se quiere resolver la angustia que puede y suele producir.  Y nuestra sociedad occidental, nosotr@s,  -ahora varias naciones orientales también-  hemos caído de cuatro patas en negar el vacío comprando y consumiendo más, más y más, presionados por el llamado «sistema».

Regreso ahora al término «inventado casualmente» y nuestra necesidad (esta sí es una verdadera necesidad) de vivir con sentido y sintiéndonos pertenecientes a algo mayor que nosotr@s mism@s.  Siendo creadores y cocreadores de nuevas realidades. Porque muchas de las que conocemos no nos gustan. Nuevas realidades relacionadas tanto con otras tan antiguas como el mismo ser humano, como con los retos de hoy día.  El proceso  que estamos haciendo muchísimas personas, desde nuestro reciente individualismo inducido, hacia retomar el valor de compartir, cooperar en redes de afinidad, cocrear y comparir.  Hacia el profundo sentido de lo tribal, de lo comunitario,  al valor de los vínculos y de que estos no sean sólo un amasijo de emociones y sentimientos, más o menos sanos, sino que tengan una dirección y se focalicen en resultar creativos.  El regreso a la importancia de sumar resursos materiales y espirituales para progresar humanamente, no sólo tecnológicamente. 

Para mí, comparir es parir con otra/s persona/s:  un hij@, un libro, un hogar, una empresa, un proyecto social o empresarial, una asociación, un espacio cooperativo o comunitario, una nueva realidad, una nueva  posibilidad… entre trillones de posibilidades. Es concretar  o materializar algo que antes no era y ahora comienza a ser ya que, entre las personas implicadas, hay el tipo de energías afines (1), sinérgicas (2), sincrónicas (3) y complementarias que hacen que entre todas ellas, sean 2 ó 200…,  se plasme en la realidad consensuada y palpable lo novedoso. 

Tiene mucho que ver con compartir pero va más allá de ello porque hay el aspecto de cocreación y un tiempo especial de gestación de lo común, que nos lleva a un resultado tangible, al nacimiento de algo nuevo, incluso con cosas aparentemente intangibles como, p.ej., un programa de ordenador útil a una necesidad personal y colectiva.

Ahí vamos. Salud y lucidez a tod@s para comparir!!

Beatriz del Sol, 12 diciembre 2018

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Definiciones extraídas de la Wikipedia, una realidad cocreada desde el comparir entre seres humanos que, en muchos casos, ni se conocen entre sí:

(1) Afinidad:  Coincidencia de gustos, caracteres u opiniones entre dos o más personas.

(2) Sinergia: viene del Griego, syn que significa simultaneidad y ergon que significa obra, es la integración de sistemas que conforman un nuevo objeto (…) cuyo efecto es superior a la suma de efectos individuales.  También recibe el nombre de propiedad emergente o Emergencia  («el todo es más que la suma de sus partes»)…  que se relaciona estrechamente con el concepto de autoorganización. Integración de partes para conseguir un todo.  La encontramos también en Biología, cuando se refiere al concurso de varios órganos para realizar una función.

(3) Sincronicidad:  término elegido por Carl Jung para aludir a la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal. En sus propias palabras: «… emplearé el concepto sincronicidad en el sentido especial de una coincidencia temporal de dos o más sucesos relacionados entre sí de una forma no causal, cuyo contenido significativo sea igual o similar.»

 

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